No quiero un hombre que me lleve a un buen restaurante, quiero un hombre que cocine para mí –dijo, mientras hacía círculos con el palito que diluía el azúcar de su café, y de paso, mis ilusiones. Guardé silencio, y sentí el peso de una lápida en la espalda. Ese arrocito en bajo se me quemó: mis habilidades culinarias son precarias, aún no logro fritar con éxito un huevo.
Después abordé a otra, que quería un hombre con el que pudiera salir a patinar los domingos. De nada valió decirle que yo no sabía patinar, pero que podía trotar a su lado cargándole el tarrito del agua ¿No sabes patinar? –Me dijo, mordisqueando un poco uno de sus meñiques, en señal de desilusión.
Encontré otra que en apariencia me la puso más fácil: me gustaría encontrar un hombre que me cuidara el niño mientras yo voy a discoteca. Se me prendió el bombillo, y pensé: en algún momento tendrá que regresar y el niño estará dormido ¡esta es! Y sin pensarlo dos veces le dije: Dios te lo acaba de poner en tu camino, la felicidad está a punto de atropellarte pero con suavidad y a ritmo de bolero.
Llegó como a las cuatro de la mañana. El tufo denotaba que comenzó con coctel margarita y terminó con cerveza POKER. Me acarició un mejilla y con voz entonada me dijo: gracias por esta noche maravillosa, se giró para que le bajara la cremallera del vestido, lo hice tal como se lo había prometido, tararee “mira que eres linda…” se fue de bruces sobre el sofá y comenzó a roncar como un tiesto de esos con el que taladran el pavimento cuando van a cambiar un tubo del acueducto. Me senté en un sillón a llorar mi desgracia.
Cuando salió sol, ella en la cocina me preparaba un tinto de cortesía, y escuché al niño decir: mami ese cuidandero es muy chimbo, me tuvo toda la noche cantando:
MAMBRÚ se fue a la guerra,
qué dolor, qué dolor, que pena.
Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá.
Do-re-mi, do-re-fa. No sé cuándo vendrá…
No me volvió a llamar y me bloqueó en WhatsApp y redes sociales.
En un siguiente intento con otra dama, tomé la iniciativa y le dije: mira muñeca lo único que sé hacer, es tener una buena conversación frente a un vaso de CocaCola on de rocks. Me miró con malicia, y respondió: hagamos el intento, pues.
Hablé como lora mojada, los cubos de hielo en los vasos se derritieron, se tomó de un sorbo su CocaCola, como cuando un borracho profesional desocupa la botella de un mamonazo. Dijo recordar un cita odontológica y se fue cagada de la risa (no se dio cuenta de que yo me di cuenta).
Tengo el Cristo de espaldas, sigo solo, tomando COCACOLA ON THE ROCKS.